(2013 FEBRERO 23 SÁBADO)
(Publicado el Martes, 19
Febrero 2013 21:52 Escrito por Fernando Estrada en Palmiguía)
"Que cierren el concejo municipal
Las funciones públicas del concejo, amparadas por las normas
constitucionales, carecen de fuerza y contenido en un medio dominado por el
analfabetismo funcional y la extorsión del señor alcalde.
Ante el fallo de la Procuraduría General de la Nación en el caso del
presidente del Concejo Municipal, John Freiman Granada, tras aparentes errores
de procedimiento (ver nota) quedan dos sensaciones con sabor a vinagre:
primero, que los órganos de control en Colombia únicamente actúan motivados bajo
presión de los medios de opinión; segundo, que el caso en la elección del
personero de Palmira refleja la descomposición de esta corporación. Un concejo
manipulado por cada alcalde, cuyos miembros tienen atribuciones deshonrosas
frente a los problemas que tiene la ciudad.
Este concejo municipal es continuidad de las malas administraciones que ha
tenido la ciudad. Desde el requetemalo Arboleda, contratando obras inacabadas,
maquinando un gobierno perverso y dejando a la ciudad como la más violenta de
Colombia, hasta Ritter, que oficia los funerales con los restos que le
quedaron. Ambos manipulando a unos personajes con avaricia de contratos; los
concejales, quienes se limitan a reproducir el espectáculo bullicioso de la
clase política colombiana.
El juego de dados en la política en Palmira, combina esa suerte de
condición que Tocqueville acreditara a los vicios públicos durante la
Revolución de 1848: "Pequeños y vulgares placeres". Como trataban de
elegir en los organismos de control personajes sumisos a Ritter, cometieron
errores de bulto. Las vulgares bancadas del concejo municipal no siempre
sumaban la suma de expectativas del poder mafioso. Una maquinaria barata de
pueblo, el aceite que requieren los concejales para adoptar sumisos la
condición de perros falderos, es un contrato o los pagos de una pauta
publicitaria.
Un concejo municipal arrastrado; con excepciones contadas. Los concejales
críticos son sepultados por el peso democrático de mayorías, en esa ley de
números que aprovecha el despotismo del poder local. Las funciones públicas del
concejo, amparadas por las normas constitucionales, carecen de fuerza y
contenido en un medio dominado por el analfabetismo funcional y la extorsión
del señor alcalde. El cargo que parece haber escapado a semejante purgatorio
del poder local, es el de la contraloría. Por eso muestran sus dientes, porque
los actos de corrupción descubiertos revelan la descomposición general de los
gobiernos que ha tenido la ciudad.
Este concejo actúa a nombre del alcalde. Y sabemos que Ritter es doblemente
requetemalo. No sólo porque no sepultó los cadáveres que dejó la pésima
administración de Arboleda (ver nota sobre la Ciudadela Deportiva); sino porque
tiene temperamento napoleónico para ofrecer contrataciones por estudios y
consultorías (ya realizados), pagando a los concejales sus favores. De modo que
este concejo es el alcalde y viceversa. Una manguala para mantener el saqueo de
las pocas monedas que tiene la ciudad. Ritter es como un Maquiavelo sin
Maquiavelo, es decir un maquiavelito. Un pequeño déspota que sabe golpear
dentro de la casa sus ineptitudes por fuera de ella.
La ciudad no tiene los gobernantes que se merece. Las coaliciones entre el
poder político y la mafia impusieron un estilo de gobierno que refleja la
decadencia de viejos apellidos con nuevos nombres, en personajes oscuros que se
pasean con sus guardaespaldas en camionetas de vidrios polarizados.
Lo mejor es que cierren el concejo municipal”.
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